Estoy enamorada, lo sé. Hay algo de él que me llama la atención, no sé si son sus dulces besos de bienvenida o la gran habilidad que tiene de hacerme sonreír. Amo despertar y ver sus mensajes en mi teléfono, amo su sencillez, su dulzura, sus celos, su carácter fuerte. Adoro llegar al colegio y contemplar una pequeña tarjeta con mi nombre y un ramo de jazmines sobre mi banco. Me siento feliz con el simple hecho de estar a su lado, o eso es lo que quisiera sentir siempre.
Cada día, cada interminable día, está ese sentimiento presente, atormentándome hasta no poder más. Me rompo la cabeza pensando en que no puedo amarlo como yo quiero, en que la vida podría ser mejor para mí ; e intento que la tristeza y el llanto por medio a perderlo no salga de mi alma para no parecer débil, pero mi empeño nunca es lo suficientemente fuerte como para evitar mi quiebra. En esos momentos solía sentarme en el balcón de mi habitación a ver el sol esconderse detrás de las montañas, a ver las hojas secas caer, a lidiar con mi constante depresión. Esa era mi pesada rutina, cada día sin verlo, cada día sin tocarlo era simplemente una pesadilla.
Nunca quise que me viera llorar, pero también fallé en eso. Me acuerdo de ese instante como si hubiera sido hace sólo unos minutos: estaba sentada sóla en un banco de la plaza, llorando desconsolada, pensando en como hace para valorar lo que él hacía por mí, y apareció, se sentó a mi lado, me miró y me abrazó. Yo sé que él me entendía aunque no supiera porqué lloraba, yo se que él lo hacía. Entonces, comenzé a llorar más, no podía verlo a la cara si pensaba que su aprecio y su amor no eran lo suficientes para mí. Lo único que me daba las fuerzas para mirarlo era que me hacía sentir especial de alguna manera, aunque no me lo mereciera. Esa tarde sentí lo cercanos que eramos, sentí que era el único que me comprendía, que ni mi madre ni mi psicóloga lo hacían.
Los meses que siguieron fueron los más bellos de mi vida, hasta que todo desapareció. Lo ví sentado a unas cuadras del colegio con otra chica y, claramente, no eran solo amigos. No sabía qué hacer, él con esa chica y yo llorando como loca. Corrí a mi casa, mi mamá no estaba, mis amigos no atendian el teléfono, la única manera de desahogarme era escribiendo. Y aquí estoy.
Yo soy la culpable de todo. Soy culpable de que esté con otra, pues mi amor no le era suficiente, YO era la que no le daba el amor que realmente necesitaba. Soy la culpable de que mantenga los secretos conmigo, pues parece que nunca confió en mi cordura, YO soy la loca. Soy culpable de quedar embarazada, pues el no quería usar protección, YO accedí. Hasta acá llegué, no sirvo de nada en este mundo, ni una sóla persona puede amarme, ¿entonces para qué voy a seguir?
Adiós.
Micaela Fontissi.
PD: Perdón mamá.
~Caro Godoy y Ailu Flores
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